Por: Joaquim Roglan
Alejandro Sanz es el hijo de Cádiz y
de Moratalaz (Madrid) más conocido del mundo. Vende millones de
discos, acumula premios y suma masas de seguidores en las redes
sociales. Comprometido con causas humanitarias, no olvida sus
orígenes. Pone sus palabras al servicio de las emociones. Merodea
por sus letras de amor y desamor, que son como cuentos infinitos.
Ahora pide que no le toquen la música.
Tiene ese aire sentimental de los muchachos de barrio. Nacido en
1968, va y viene de Miami a Madrid y Extremadura para cantar a España
y América que
No me comparen y para recordar que
La
música no se toca (así se titulan, respectivamente, el single
y el disco que acaba de lanzar). Su país le otorgó la Medalla del
Mérito de las Bellas Artes. La Casa Blanca le premió por su
aportación a la música latina. Da la cara por Médicos sin
Fronteras, Save the Children y Greenpeace. Lejos quedan su primer y
premonitorio trabajo,
Viviendo deprisa, y aquel
Más
que le lanzó a la fama mundial. Canciones como
No es lo mismo,
Amiga mía o Corazón partío forman parte de la memoria musical
y sentimental de enamorados de varias generaciones. Y se reflejan en
su mirada los mares que duermen en su memoria.
¿Ha llegado más lejos que en sus sueños de
adolescente?Mis sueños de juventud eran tan poderosos,
que ni siquiera cumplirlos puede superar lo que me hacían sentir.
¿Qué siente ahora que los ha cumplido?Necesidad
de escribir. Antes apuntaba todo lo que me pasaba, pero dejé de
hacerlo. Ahora quisiera escribir una autobiografía de emociones, no
de lo que me pasa, sino de las sensaciones. Es complicado, porque son
emociones abstractas y no verdades absolutas. He comenzado a
escribirla con cuidado, despacito, contando las pequeñas historias
con todos los adornos. Algo así como lo que hacía mi madre cuando
decoraba la casa con sus recuerdos y en lugar de amontonarlos los
ponía con gracia y arte.
Si comenzase por el principio, ¿cuál sería su primer
recuerdo?Parecerá imposible, pero es de cuando yo debía
de tener tres meses. Es el de mi madre cantándome una nana, y parece
que lo estoy viendo. Enamorarse de un momento y transportarlo a
través del tiempo es lo que da sentido a la vida.
Usted
ha leído y ha escrito mucho más de lo que parece y se cuenta. He
escrito mucho cancionero y tengo baúles llenos de libretas, de hojas
sueltas, de ideas, de anotaciones al margen, de frases apuntadas en
servilletas… Hay cosas algo naif y ñoñas, pero forman parte del
proceso. La pureza y la ingenuidad se pierden con el tiempo.
Sus críticos dicen que sus letras no son fáciles.Les
dedico su tiempo, pero al cantarlas las palabras cambian, y quiero
meter muchas ideas en un espacio pequeño. Por eso compongo para mí,
porque como intérprete de otro no sería nada del otro mundo. Y por
eso no escribo letras para casi nadie, porque en España hay
tendencia a quedarse sólo con el estribillo.
¿Cómo ha conseguido su propia manera de decir las
cosas?Consiste en decirlas como las siento, y pongo las
palabras al servicio de la emoción. Más que demasiadas corrientes,
conceptos o estilos, reivindico los pequeños códigos de escritura
propios, los míos, los de mi época romántica y otras, siempre
hasta encontrar la propia. Escribir canciones es distinto que
escribir poesía. La literatura oral fue anterior, pero estamos
perdiendo las nanas y los cuentos. Y si ese hilo del tiempo se corta
de raíz, se pierde para siempre.
Le gusta dar rodeos.La literatura se nutre
del rodeo. Todo se podría decir en dos palabras, y más ahora que
están de moda los aforismos. La tendencia puede ir hacia el aforismo
y la brevedad del Twitter, pero hasta ahora la literatura se nutre
del adorno y del rodeo, y eso es bonito.
Y cuando escribe, parece que merodea.Sí. Es
lo que tiene vivir en el monte y en los barrios de las afueras. Mi
padre vendía libros para ganarse la vida y me despertó el gusto por
la lectura. Los niños de hoy leen en el ordenador y en el iPhone,
pero yo abría un armario y tenía los libros que almacenaba mi padre
y la soledad de una familia de Cádiz que se fue a vivir a Madrid.
Tal vez por eso, fui un merodeador de la cultura, no me quedó más
remedio.
¿Cantar es seducir?Toda expresión artística
es seducción. Hay quien cuelga cuadros en las paredes y hay quien
hace música pensando en una mujer. Cuando aprendes a tocar la
guitarra, las emociones están en carne viva, y lo más probable es
que la primera canción sea para una mujer; seguro que la música
sirve para la seducción, porque el arte es seducción.
Una voz algo castigada y algo canalla ¿ayuda a su
arte?Eso de la voz va por épocas… Sólo hay que
acordarse de Los Pecos.
¿Por qué hay tanta piel en sus canciones?Porque
soy más andaluz que madrileño y la mesura no va con nosotros. Los
andaluces somos pasionales, exagerados, aspaventosos, y en la música
abusamos de la exageración. Lo de la luna, el cielo, la piel, lo
aprendí escuchando flamenco, y tiene mucho que ver con el flamenco.
Se trata de convencer, emocionar y sentenciar en cuatro versos. Eso
requiere pasión, y las metáforas son un poco como la ciencia
ficción de las emociones.
Magistral y brillante
aquella que dice que ella le peina el alma.Gracias.
Desde niño llevo clavada la imagen del alfiler en el cabello de una
mujer, y recuerdo aquella canción que dice: “Me gustaría ser una
horquillita de tu pelo”. Son imágenes muy físicas pero muy
poéticas. Y muy reales, porque peinar es un gesto muy sensual.
¿No es demasiado joven para la nostalgia?Cuando
contamos anécdotas, no podemos revivir las emociones, las
sustituimos por una nostalgia y las guardamos para atrapar el tiempo.
Es lo único que queda, lo que se acumula. Lo más importante es
generar nuevos recuerdos, nuevas anécdotas, y no repetirse. Esto nos
pasa a todos, y hasta la mujer y los hijos se cansan de escucharlas.
Ya hace tiempo que descubrió y cantó que la vida va y
viene.Es que siempre voy y nunca vengo. Eso debe de ser
algo de la parte gallega de mi familia. Pero también de las idas y
las venidas de ocho siglos de conquista del árabe, del tuareg y del
nómada, que algo queda.
¿Y si queda un corazón partido?Los
corazones partidos son como las llantas de los coches, que tienen
difícil remedio. Hay heridas que nunca se curan. Otras, como los
amores primeros, se curan e incluso pueden dejar bonitas cicatrices.
Luego vienen las heridas que se quedan para siempre, las que no se
pueden reparar nunca.
En No es lo mismo prometía que
tenía pomada para todos los dolores.Sí, pero el
botecito de la pomada está medio acabado. Una pomada son la música,
la literatura, el arte, los deportes, todo lo que nos distraiga…
Pero esto de que nos informen todos los días sobre el Ibex y las
primas de riesgo es difícil de curar.
¿Vivir es tan difícil como lo cuenta en Cuando
nadie me ve?No. Hay gente que lo hace
difícil, pero no lo es o no lo parece. Nos tomamos demasiadas cosas
en serio, hay que aprender a relativizar con más sentido del humor,
con menos afección, y hay que elegir bien las batallas de la
seriedad. Cuando compré una finquita en Extremadura, mi madre me
dijo: “¡Qué contenta estoy!, porque no te morirás de hambre y
siempre puedes plantar tomates y cebollas”. Las personas
necesitamos poca cosa, y todo lo demasiado adornado me hace
sospechar.
Su madre era de otra generación.Mi
generación musical es la de los noventa. Veníamos detrás de los
ochenta, que es como la más valorada. Salió gente interesante y
hubo excesos y sobrevaloraciones, pero algunos ahora ya son mitos
populares. En los noventa aparecieron muchos grupos y no queda
ninguno. La crisis fue muy grande, y ha quedado más de los ochenta
que de los noventa. Fue una transición cultural y musical, y algunos
han pasado de generación en generación para hacer bueno aquel
tópico de que lo difícil es mantenerse.
¿Por
qué cree que ha sobrevivido al boom de los noventa?Porque
me gustaba moverme en el flamenco, que es atemporal, superviviente de
todos los estilos y disciplinas y capaz de abrirse al jazz o la
música brasileña. Además, adoptó técnicas clásicas y fue
culturalmente más inteligente que la música clásica. El flamenco
es emocionalmente abierto y necesita introducir toda música
interesante. Si no fuese por el flamenco, no sé si hoy estaría
aquí; probablemente, no.
¿Qué aprendió del dolor, el quejío y el duende? El
flamenco es mucho más que esos tres componentes, que son
importantes. El flamenco es la historia de un pueblo que al no tener
literatura, pintura ni escultura, la única forma que encontró de
contar su historia fue por medio de la música. El quejío es la
expresión del sufrimiento de un pueblo, y el duende es la habilidad
para transmitir el dolor a través del quejío... Del flamenco
podríamos hablar durante días.
¿Cómo es su generación, más allá de la
música?Descendemos de generaciones que tuvieron que
luchar mucho día a día para sacar adelante a sus familias, y
nosotros pasamos a madurar más tarde. Nos asustaba hacernos mayores
y asumir las responsabilidades, y eso parece que ha ido como a peor.
¿Qué ha ido como a mejor?Que cada cual se
ponga las medallas que quiera, pero nos escondemos detrás de las
opiniones no avaladas por el conocimiento. Se trata de engordar el
ruido, que es como ese ruido rosa que hacen los técnicos de sonido
para medir frecuencias. El ruido de tantas opiniones hace que no
escuches otras. Yo lo llamaría el ruido gris. Y a causa de las redes
sociales empiezas a formar parte de ese ruido.
¿Más de ocho millones de seguidores en las redes
sociales hacen ruido?Soy afortunado en este ámbito,
pero sólo soy un músico. Por eso me voy al estudio, me encierro y
me alejo del estruendo. Si con mis declaraciones y opiniones metí la
pata, ya pedí perdón a arquitectos, políticos y urbanistas, pero
no a los árbitros de baloncesto, porque soy bueno en eso.
¿Cómo ha aprendido a medir las palabras?La
letra con sangre entra. La dimensión de las palabras no se la lleva
el viento. Se puede decir lo mismo y siempre se puede decir mejor.
Soy impulsivo, tiendo a ser vehemente y hago ejercicios de
contención. La contención nunca es mala, y no renuncio al fondo del
mensaje.
Uno de sus últimos mensajes, en forma de canción, es que
no le comparen. ¿Sabe que le compararán más todavía?Sí,
porque cuando no tenemos muchos más baremos, se sustituyen las
definiciones por comparaciones. Y si te comparan contigo, duele más.
Es un arma de doble filo, pero una excusa maravillosa cuando metes la
pata. El ser humano avanza, y uno nunca se queda pegado a una
situación, a un momento, a una palabra o a un disco. El que hizo Más
era otra persona; yo soy el que ha hecho este último disco. Y el
choque interior de cada canción es contradictorio.
¿Con quién se compararía?No y no. No me lo
he planteado y no quiero hacerlo. No deseo esa mala jugada a nadie.
Me gusta hacer pequeños homenajes en mis canciones, pero en Buenos
Aires conocí a un tipo que decía rendir homenaje a un antiguo
cantante de casete y resulta que lo había copiado íntegro. Eso de
los homenajes es todo un mundo.
¿Cuándo se dio cuenta de que la vida va en serio?Aún
rechazo un poco la seriedad de la vida, pero hay días y momentos que
han supuesto un alto. Como el nacimiento de mis hijos y la muerte de
mi madre. En ese momento sentí el vacío. Soy poco dado a la
depresión, ni a hundirme ni a entristecerme, pero ese momento fue
duro y complicado. Hay libros de autoayuda que ofrecen técnicas para
despedirte y confortarte, pero siendo como soy, quiero tener la
presencia. El nacimiento de mis hijos y la muerte de mi madre me
enseñaron que la vida va en serio.
Se le nota ese algo desvalido que hay en los ojos de los
huérfanos.Puede ser, puede ser… Son esas heridas que
no se curan nunca, y es un dolor que no se cierra.
¿Ha visto mucho dolor durante sus actividades
humanitarias? En Zimbabue fui con Médicos sin Fronteras
a los poblados donde vivían ellos, y hay un millón de huérfanos
con el sida infantil. Ahí me di cuenta de las estupideces que
preocupan a nuestra sociedad, como el coche, la televisión… Allí
son felices sin nada, y yo lo fui con sólo un camastro, una
mosquitera y una bombilla. A veces, la solidaridad nos hace más bien
a nosotros mismos. Hay que aprender a ayudar, y la solidaridad
debería ser obligatoria.
Hay quien recela porque algunos se hacen solidarios para
sacar provecho. Es increíble, pero la gente solidaria
es sospechosa. Nos gusta decir que somos el país más solidario del
mundo, pero se sospecha de alguien por ser solidario. Como dijo
Antonio Banderas: “Que lo hagan por lo que quieran, pero que lo
hagan”. Me lo enseñó mi madre desde niño: “Hay que echar una
mano a la gente”. Y hay que demostrarlo y hay que ayudar. Ahora
preparo una fundación en Madrid para crear empleo, y hay varios
proyectos interesantes de formación de gente y de pequeños
negocios, un poco como los microcréditos. Hay muchas cosas por
hacer.
Pero se hace mucha guerra.Las guerras son una
exageración decorativa. El día que caiga el meteorito que decían
los mayas se irá todo al cuerno. Pero quedará aquella canción de
The Beatles que se envió al espacio en un satélite junto a objetos
y mensajes de nuestra civilización. Fue un homenaje a la
música.
¿Todo se irá al cuerno y se empeña
en que la música no se toca?Una vez quise coproducir un
disco con músicos de formación clásica. Para ellos, yo
representaba todo lo contrario, hasta que uno me dijo: “El día que
llegué a tu casa se respiraba respeto por la música”. Y sí,
porque se puede perder el respeto a muchas cosas, pero a la música,
no.
Su nuevo disco tiene algo de ochentero.Hay un
ejercicio de arreglos de los teclados electrónicos para no ceñirnos
al concepto tradicional de o anglo o latino. Vuelvo a los arreglos
armónicamente complejos para poner las canciones al servicio de la
emoción. En el disco hay homenajes a Sgt. Pepper’s y a los
ingenieros de mezclas, y los hacemos como se mezclaba en aquella
época. Hay cosas que son horrorosas, pero otras quedan, y rescatamos
las que están en la memoria colectiva. Hay que quitarse la cal de
encima, quiero crear mis propias tendencias, no seguir a los demás,
y eso me satisface.
¿Qué se hizo de aquella alma nueva y sin usar?No
me casé de blanco. El alma es como el atún de Barbate, que tiene
muchas partes: el morrillo, la ventresca… De cada parte de tu alma
que dedicas a un amor, algo se resquebraja, pero algo queda para
usarse, como en el disco duro de los ordenadores.
¿Ordenando sus recuerdos, se siente más seguro de sí
mismo?Aunque nunca quieras contar nada de ti mismo, se
dice de todo, se oye de todo y todo se sabe. Estoy asentado, seguro y
afrontando responsabilidades. Experiencias, palos y líos me hacen
más fuerte.
No le persiguen leyendas de haberse metido en muchos
líos.Tengo tres hijos de tres mujeres distintas.
Otros tienen más y alegan que ellas son las cómplices
necesarias.En todo caso, la fuerza que me gusta es como
la de la cuerda de un barco, que la tensas y te acerca a una nueva
orilla. También me gustaría escribir imágenes de la fuerza de
Titán, la luna de Saturno. Es un objeto estelar parecido a océanos
de metano, con una fuerza de gravedad tan bajita que, cuando se
evapora y llueve, se forman unas gotas gorditas que caen muy
despacito. Entonces todo flota y tiene su gracia.
¿Su autobiografía será tan merodeadora como un cuento
infinito?Mi biografía no es tan aburrida, pero al final
sólo soy un tío de barrio que ha viajado. Porque puedes salir del
barrio, pero el barrio no sale de ti.
De magazine digital.